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El cambio es autoexigencia

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Autor: Xavier Marcet, consultor en estrategia e innovación y CEO de Lead To Change.

Detrás del éxito de muchas empresas y de muchas personas se esconde simplemente la autoexigencia. Esa suma de esfuerzos que coronan los objetivos de cada día como cimas efímeras pero relevantes. La autoexigencia es el andamio de esas constancias que nos permiten crecer desde abajo.

Crear una lógica de autoexigencias compartida en una organización es algo difícil y fundamental. La autoexigencia es una decisión individual que solamente aflora en un contexto de compromiso entre las personas y las empresas. La autoexigencia se manifiesta en los detalles. En el remate de la calidad de una obra. En cumplir los plazos. En ese despejar la bandeja de entrada de aquellos correos que no pueden esperar. En forzarnos a no perder la perspectiva de las cosas cuando algún tóxico se cruza en nuestro camino. En saludar a todos, pero en especial a aquellos que si olvidáramos un gesto amable con ellos les confundiríamos de dudas. Las autoexigencias de hecho son uno de los rasgos que nos distinguen como profesionales. Uno también es sus autoexigencias. Normalmente detrás del talento, hay más autoexigencia que suerte. La suma de conocimiento y autoexigencia es semilla de talentos en mayúscula.

No hay excusas para la autoexigencia cuando se propone un cambio

Los líderes son más efectivos cuando son un ejemplo de autoexigencia más que un flagelo de exigencias. Cuando los directivos toman decisiones que afectan a muchos, si no acompañan sus discursos con una clara autoexigencia y son los primeros en aplicarse el cuento del cambio, este queda desactivado en su lógica más profunda. No hay excusas para la autoexigencia cuando se propone un cambio. Cualquier excusa rozaría el cinismo.
Si en algún momento las exigencias resultan vitales es cuando debemos adaptarnos. Cuando convivimos con lógicas del pasado que alimentan nuestras inercias y con lógicas de futuro que alimentan nuestras incertezas. En esas transiciones, donde el cambio lleva un libro de instrucciones diminuto, es cuando compartir autoexigencias permite evaluar si el cambio emprendido es realmente consistente. A veces, más que resistencia al cambio lo que hay es una ejecución mediocre del cambio, una ejecución faltada de autoexigencia.

Con el mismo ahínco debemos autoexigirnos innovar

La falta de autoexigencia es la base de muchos fracasos, y da igual que hablemos del mundo industrial que del mundo digital. Todos recordamos esos pasajes biográficos de Steve Jobs dónde el juego de exigencias y autoexigencias se llevaba al límite. Construir empresas que crezcan y se sostengan es imposible sin un alto sentido de la autoexigencia. A veces nos exigimos explotar bien nuestros negocios, intensificar los mercados, abrir nuevos mercados, definir nuevas eficiencias. Y con el mismo ahínco debemos autoexigirnos innovar. La innovación es la facturación del mañana. Orientar el futuro tiene mucho de autoexigencia. El pasado y su epígono, el presente, tienen sobretodo inercias. Combinar el presente y el futuro es el arte del management. Hoy ya no pensamos que los grandes directivos son simplemente los ejecutivos, es decir aquellos que ejecutan los planes correctamente. Los directivos que necesitamos son los que se autoexigen a combinar presente y futuro. Los que cuidan los resultados actuales de su unidad de negocio y al mismo tiempo perforan las agendas para introducir las innovaciones que les permitirán mantener la competitividad en el futuro.
En un mundo que cambia aceleradamente y, en el que nos relacionaremos con muchas tecnologías que todavía no conocemos, aquellos profesionales que hayan dimitido del esfuerzo y la autoexigencia lo tendrán mucho peor. Una de las principales autoexigencias será el aprendizaje continuo. Y, una vez más, no confundamos formación con aprendizaje. La formación es cómoda. El aprendizaje es convertir la formación en una experiencia que nos permita crecer y adaptarnos mejor. Y si el aprendizaje será continuo, el desaprendizaje será selectivo pero muy importante. No deberemos desaprender todo, solamente aquello en qué los nuevos contextos hayan dislocado nuestras viejas fórmulas personales o empresariales. Desaprender es, sin duda, lo más autoexigente. No hay guías dónde copiar y pegar, no hay manuales, solamente vale observar, pensar y actuar por cuanta propia. Cuando desaprendemos somos sujeto y predicado al mismo tiempo.

Tengo devoción por los que después de acumular éxitos apuestan por la innovación por sensatez y responsabilidad

Admiro a la gente que lleva la autoexigencia con naturalidad. Sin quejas. Los que se exigen la amabilidad para con los demás, compañeros o clientes, aunque sus amaneceres no evoquen días felices. Los coherentes sin autobombo. Admiro los que son puntuales y son breves por respeto. Los que militan en la calidad. Tengo devoción por los que después de acumular éxitos apuestan por la innovación por sensatez y responsabilidad. Admiro a los emprendedores que se exigen oportunidades que sobrepasan sus capacidades. Me inspiran los líderes que se exigen convertir cada dificultad en una oportunidad y todos aquellos que no son portavoces del problema si no exploradores de la solución. Y sobre todo respeto aquellos que no piensan solamente en sí mismos o en su empresa y se autoimponen combinar la creación de valor corporativo con valor social.
Una empresa son los grandes proyectos y los pequeños detalles. A veces observamos dos empresas que nos parecen iguales, pero comprobamos que una crece mejor que otra. Es obvio que la diferencia puede estar en sus estrategias o su capacidad de innovación, pero a menudo esa diferencia radica en sus exigencias colectivas respecto del propósito y la centralidad de los clientes, en saber alejarse de las complacencias fáciles, en no perder el sentido del detalle ni dejar de administrar esfuerzos razonables.

Lo cómodo es recetar el cambio a los demás

El cambio siempre es fácil cuando es ajeno y solamente es real cuando pasa por nuestros esfuerzos individuales y nuestras autoexigencias. Lo cómodo es recetar el cambio a los demás. Ejecutar y ejemplarizar el cambio ya es otra cosa. La autenticidad y el esquivar la mediocridad se construyen con autoexigencia. Vivimos en el umbral de tecnologías que cambiarán el modo como trabajamos y hacemos negocios. Pero ni las máquinas más inteligentes nos ahorrarán esas autoexigencias que cosen nuestras trayectorias. El cambio es simplemente uno mismo en constante transición. Y ya sabemos que en la vida lo difícil son las transiciones.

Artículo publicado en el blog de Xavier Marcet y reproducido con permiso expreso de su autor.

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