Autora: María Pérez Roldán, directora comercial, marketing y comunicación de ISGF.
Tomar decisiones, y que sean las óptimas. Esta es, quizás, la actividad más importante de todo gestor empresarial y cuya puesta en práctica encierra un complejo conjunto de información, análisis y apoyo con soporte técnico, comercial, económico… y, por supuesto, creatividad, valentía y talento con un 100 % de responsabilidad. La toma de decisiones es una de las responsabilidades fundamentales de la alta dirección. Si al liderazgo puede considerársele el corazón y el alma de una organización, los procesos de toma de decisiones serían su cerebro y su sistema nervioso.
Bien, y ahora os estaréis preguntando: ¿Y cómo se hace para tomar las decisiones, y sean las óptimas?
Este artículo está basado en un viejo libro del periodista económico Robert Heller, ‘The decision-makers’, y que he estado leyendo en las últimas semanas. En el mundo profesional, tan cambiante, hay elementos que se mantienen inalterables como es el coraje a la hora de tomar decisiones.
Una toma de decisiones comprende dos fases
diferenciadas: la formulación y la solución del problema
Así, las cabezas decisorias, frente a encrucijadas de hoy en día y sus retos constantes, no pueden dejar que les abrumen; ya que la no decisión y la no acción son en sí mismas decisiones.
Para centrar el planteamiento, y en definición de Castles, podemos decir que una decisión es una elección consciente entre dos o más cursos de acción que se presentan como posibles.
Una toma de decisiones es un proceso que consiste en detectar y resolver los distintos problemas a los que se enfrenta toda organización. Comprende dos fases diferenciadas: la formulación del problema y la solución del problema.

Heller nos dice que no se pueden tomar buenas decisiones sin un eficaz análisis preliminar de la naturaleza de la decisión que se nos plantea. Y nos habla de cinco categorías:
- Inevitables: Hay o no opciones.
- Deseables: Si salen bien, serán muy positivas para la organización.
- Pasivas: Se tratan de las “no decisiones” que son decisiones en sí mismas.
- Activas: Se toman de manera activa en bien del crecimiento de la empresa.
- Reactivas: Reacciones frente a la competencia o frente a demandas de los clientes.
La pregunta esencial es ‘¿qué clase de decisión estoy considerando?’, y a partir de aquí se abren otro conjunto de preguntas críticas como pueden ser:
- ¿Es necesario tomar la decisión?
- ¿Cuántas alternativas tenemos?
- ¿Cuáles son?
- Si no se toma, ¿qué consecuencias podrían producirse?
- ¿Qué objetivos tiene la decisión?
- ¿Qué pasaría si no se consigue el objetivo?
- ¿Qué puede salir mal?
¿Cómo saber si una decisión es óptima?
Los criterios que suelen seguirse para considerar una decisión como óptima en un contexto empresarial son su calidad, oportunidad, aceptación y ética.
- Se dice que una decisión es de gran calidad si produce los resultados deseados.
- El ‘cuándo’ se toma una decisión también es fundamental.
- Las personas implicadas o afectadas por ella deben comprender, aceptar y aplicarla en sus actividades.
- Cualquier miembro de una organización que tenga capacidad para tomar decisiones debe evaluarlas en función de su complejo ajuste a los criterios de la ética organizacional.